Apruebo: la Cultura como motor de cambio social

Por: Claudio Pérez Llaiquel

Músico, compositor e integrante del Movimiento Archipiélago Soberano

Por allá por la década del 60´ en Brasil, Chico Buarque escribía la canción “A pesar de voce”, dedicada al general Emilio Garrastazu Médici, tercer presidente de la dictadura Brasilera. La canción decía “a pesar de usted, mañana será otro día”. En Cuba Silvio escribía en la década de 1970 “Santiago de Chile”, queriendo “cambiar cada cuerda de su guitarra por un saco de balas” o el gran Canto general de Pablo Neruda, que nos muestra en “la arena traicionada” el retrato de los traidores, dictadores y lacayos; o en “La tierra se llama Juan”, voz anónima de la insurgencia popular, que contiene una serie de poemas a obreros reales de distintas latitudes reflejando los abusos y el sufrimiento de estos.

También podríamos saltar a Chile y oír en los sones del Quila, “Nuestro Cobre”, justo después de la nacionalización de éste, o Víctor Jara utilizando el canto para educar en canciones como “Que lindo es ser voluntario” y relatando el amor de un obrero en “Cuando Voy al trabajo”. De igual manera, Violeta nos decía en “Arriba quemando el sol” que en el norte hay pueblos muertos, “pero donde hay gente la muerte es mucho pior”.

Y si hacemos el ejercicio en la actualidad de nuestro territorio, en los 2000 teníamos a Trifulka cantando “Jué , que mas dá, no es fácil”, contando lo indignante de ver pasar los camiones con vísceras podridas por el centro de la ciudad. O al grupo “Armazón”, a fines de los 90´, que nos presentaba por primera vez el canto ceremonial Williche en el disco Gul Kantun. O el taller literario Aumen, que dejó su eco de la montaña sonando hasta nuestros días en las tierras del sur de Chile, llegando incluso a otras lejanas latitudes. Así podría seguir enumerando a artistas y sus obras, en Teatro, Música, Literatura, Pintura, Cine, Investigación, etc.

La cultura y el arte parecieran estar como conductor de lo que no es evidente, casi siempre se adelanta a los hechos y se transforma en energía para los pensamientos de cambio.

Por ejemplo, como olvidar el Mayo Chilote y sus innumerables barricadas siempre acompañadas de música, baile y canto. Se hizo habitual por esos días ver el despliegue de músicos de la escena folclórica, de música popular y de otros géneros encontrarse en las calles, arengando y aportando a mantener la moral de los que resistían en los puntos de barricadas. Sin previo aviso, sin ponerse de acuerdo, sin esperar nada a cambio, comenzaron a emerger los acordeones, las guitarras y el mate, fiel compañero.

Ahora bien, también hay que reconocer que por décadas las actividades culturales han estado relegadas y estratificadas por la elite del país. Una elite que parecía ser un grupo de seres humanos diferentes. Como si solo algunos pudieran disfrutar del arte. La construcción de las clases sociales no dejó de lado esta importante manifestación humana, algunos tenían peña, folclor, y otros sinfonías, ballet y música de cámara. No quiero decir con esto que una sea mejor o superior a otra, pero sí que en la planificación del país, quienes toman las decisiones, por mucho tiempo, fomentaron la desigualdad a través de políticas culturales centralistas y coloniales, poniendo como centro el “exitismo”. Exitismo que se encontraba al “llegar a la otra orilla” como dice nuestro gran Sergio mansilla, en su poema “anda al pueblo hermano”.

Si el arte es un bien universal, todos debiésemos poder acceder de manera justa a sus expresiones, tanto de apreciación como de aprendizaje, al menos así lo hacen todos los países desarrollados.

Bajo este argumento, quienes se dedican a la actividad cultural, no debiesen pretender por necesidad o encandilamiento “llegar a la otra orilla”. El estado debiese garantizar en los territorios la triada de la  creación, ejecución y recepción de las obras. Esto podría generar una economía local y territorial vinculada a la actividad cultural. Incentivaría la asociatividad, los planes comunales y provinciales de las escena cultural y garantizaría el aumento y la reactivación del sector. Escena que por lo demás contempla muchas aristas, centros culturales, corporaciones, lugares de conciertos, librerías, exposiciones, salas de cine, iglesias, sedes sociales, teatros, colegios, plazas, etc.

Todos sabemos que los caminos que recorremos a diario en el uso cotidiano de los bienes públicos y privados están creados a partir de normas, derechos y deberes consagrados en esa hoja de ruta que es la Constitución de un país.

Actualmente se redacta la que será nuestra nueva carta de navegación, un documento que nace a partir de la presión social, y que por lo mismo obedece a los justas demandas de la gran mayoría de una sociedad ha sufrido de manera violenta el avance de un modelo social y económico en estas últimas 4 décadas.

Sepan ustedes que en esta nueva carta magna se establecen varias clausulas respecto a los Derechos a la Cultura, el resguardo del derecho de autor y de la propiedad intelectual,  el derecho a conocer y educarse en las diversas culturas  y lenguas que habitan el territorio de Chile. De igual forma se establece que el Estado tiene el deber de generar y fomentar el libre desarrollo de la identidad cultural de las comunidades y personas, así como de sus procesos culturales, entre otros puntos.

Se habla de derecho al ocio, principios de la bioética, derecho a la comunicación social, rol del estado en el Patrimonio Cultural indígena, derechos a la protección de datos personales, derechos a la seguridad informática, patrimonios naturales y culturales, rol del estado en investigación etc.

Quiero llegar con esto a que es absolutamente claro que el mundo como lo conocíamos ya no será más. La posibilidad de contar con una Constitución hecha por gente de a píe, personas elegidas de manera democrática y por primera vez en nuestra historia, teniendo como centro el bien común, el espíritu solidario por sobre la competencia individual de alguna manera empareja la cancha.

Pienso que no deberíamos perder la posibilidad de avanzar, no hay que temer a los cambios, muchas veces la fuerza de la costumbre hace que el ser humano se adapte a situaciones y tratos indignantes, ya es hora que el esfuerzo que han hecho nuestros padres por educarnos y querer darnos un mundo mejor lo capitalicemos en acciones,  sin los temores de las generaciones pasadas. El valor ciudadano es algo que tenemos que cuidar y cultivar, el pensamiento crítico debe ser una luz de cambio permanente,  por eso yo APRUEBO.