Relatos desde la rabia. Hoy: La celebración, por Caro Rojas Aguilera

#Relatos.

Hoy: “La celebración”.

Por: Carolina Rojas Aguilera

¡Cómo ha pasado el tiempo mi querida hermana! Me costó reconocerte después de estos largos 10 años, ya que la imagen que tenía de ti, era la de una niña rechonchita, de mejillas coloradas y de ojos tristes. Hoy me vienes a ver y observo una mujer de pelo liso, alta,  pero con la misma mirada de melancolía.

Creo que la distancia y el tiempo ayudan a cerrar cicatrices y a perdonar, Y aquí estás con ese temple de mujer reflexiva, visitándome y hablándome!!!

Cuando ocurrió lo que ocurrió , eras una niña y yo una mujer de 20 años. Lo de las edades lo recuerdo perfectamente bien, pues celebrábamos tu octavo cumpleaños y la casa estaba revolucionada porque vendrían familiares y amigos. Acuérdate que nuestro hogar estaba en un lugar muy  apartado cerca del monte y por lo mismo, rara vez recibíamos visitas. Recuerda también que nuestro padre contribuía en cierta medida con ese aislamiento, pues era desconfiado, serio y moralista.

Pero ese día era especial porque dentro de los invitados vendría Carlos, joven recién llegado a la Isla dedicado a la construcción.

Ya en la fiesta, mi padre abrió unas botellas de chicha guardada desde hacía un año. Bailamos temas de la época, todo sí bajo la mirada atenta del patriarca de la casa. Estaba tan contenta porque el joven capitalino tenía historias por montón.

Después de haber cenado, mi hermano José se acercó a la mesa en donde estábamos  diciéndome  que en la cocina ya no quedaba leña, así que partí a la bodega enojada porque no me quería perder la celebración.

Una vez allí, traté de tomar varios palos y cuando estaba a punto de salir, José medio borracho, entró y comenzó a decirme  que era una suelta, que le daba vergüenza ver cómo me reía con ese peuco de Santiago. Sorprendida, le traté de explicar que no estaba haciendo nada malo, que hacía mucho que no la pasaba tan bien y que no se tenía porqué meter. No me dejó terminar cuando sentí un fuerte golpe en la cabeza, caí al suelo media atontada y sin poder reaccionar se abalanzó sobre mí besándome en la boca. Sus dedos me tocaron bruscamente los senos. De un empujón logré liberarme. Y una vez en casa, ya no tenía ganas de celebrar ni de reír.

Desde esa noche me vi sumergida en un pozo sin salida. Si me preguntas, querida hermana, nunca quise que la historia tomara el rumbo que tomó. Obligada a besar, a ser penetrada y posteriormente a parir…

Pasaron los meses de invierno y mi madre fue la primera en darse cuenta de mi estado y sin miramientos se lo contó a nuestro padre. Furioso me preguntó de quién era el “guacho” que esperaba. No podía contarles el terrible secreto que llevaba en mi garganta y corazón. Me golpeó con furia diciéndome que era una vergüenza para la familia, su iglesia y la comunidad. Con el cinturón en la mano dispuesto a volver con más violencia me maldijo, diciéndome que era una pecadora, que me iría al infierno. Al tercer correazo, mi hermano se interpuso entre los dos  gritándole ESE HIJO ES MÍO!!

Solo sentí el grito de horror de mi madre. Mi padre cayó de rodillas sin comprender lo que acababa de escuchar. Cobardemente, sin esperar nada, salí de la casa con lo puesto y un par de billetes en una vieja mochila de mezclilla. No sabía dónde ir, sólo entendía que no podía quedarme. Llegué no sé cómo a la carretera y tomé una micro que decía CASTRO.

Me acordaba que cuando venía con mi madre a la feria  a vender nuestras lanas nos hicimos amigas de una señora muy cariñosa. No recuerdo cómo la ubiqué y me quedé con ella en su hogar hasta el momento en que fui a dar a luz a mi guagua. Al salir del hospital, sin saber dónde ir, vi que  estaba mi hermano esperándome. Me contó que había arrendado una pieza en la calle Pedro Montt y partí con él. Al tiempo no sé cómo los vecinos se enteraron de nuestra verdad y nos echaron del lugar. Nos gritaron que éramos unos degenerados y que llamarían a los pacos.

Años después, José compró una casa para estar tranquilos sabiendo que  nadie nos echaría de ninguna parte.

¿¿Qué hice todos estos años?? Sobrevivir a la ignominia, bajar la mirada caminando por Castro, llorar sangre, no hablar con nadie, cerrar las ventanas a pesar del maldito calor que hay en el verano, fingir amor, sentir que no soy mujer, lavarme una y otra vez la vagina y la boca para limpiar el olor a podrido que tengo…

Querida hermana,  tengo dos hijos y nunca he conversado con José sobre nuestra verdadera historia. Aún tengo miedo, aún tengo asco, aún me quema el recuerdo de mis padres fallecidos por la vergüenza y la pena.

Cada noche me pregunto porqué hice lo que hice, porqué no escapé y siempre me quedo dormida sin respuestas viendo cómo  la luz se filtra por las cortinas cerradas, mostrando lo que soy, mi cobardía, mi miedo, mis hijos y mi hermano durmiendo a mi lado.

Han pasado 10 años y hoy te veo aquí con tu temple de mujer melancólica, mirándome, hablándome!!!!! ¿Me perdonaste?

Por: Carolina Rojas Aguilera

Castro, Chiloé, cuarentena de 2021